La Primera Guerra Médica (492-490 a.C.)

La Revuelta Jónica (499-494 a.C.) había demostrado a Darío I El Grande (522-486 a.C.) que los griegos eran unos dignos contrincantes, pero sobre todo había supuesto una herida en el orgullo del rey persa por la participación ateniense y eretria en favor de los griegos asiáticos. Tanto fue así que Herodoto dice que el propio rey había encargado a uno de sus esclavos que le recordara diariamente el no olvidarse de los atenienses y los eretrios.

Con las maniobras ordenadas por Darío a Mardonio en el 492 a.C. se considera que comienza este conflicto, concibiendo dichas operaciones como parte de un plan mayor por parte del rey persa de castigar a atenienses y eretrios por tomar parte en la sublevación jonia unos años antes. Todo sea dicho, la mayor parte del conflicto fue un éxito para los persas, siendo la  batalla de Maratón (490 a.C.) el punto de inflexión y que culminó la guerra.

DESPUÉS DE LOS JONIOS

Tras la Revuelta de los jonios, Darío I depuso de sus puestos a todos los generales en la región de Asia Menor, a excepción de Mardonio. A este lo puso al mando de un fuerte contingente y una armada en Cilicia, donde embarcó sus tropas. Desde ahí marchó a Jonia para seguir las órdenes de su tío el rey: deponer a los tiranos de Jonia cuyas ciudades quisieran gobiernos democráticos. Con esta medida los persas buscaban tranquilizar a los jonios y que estos olvidaran sus intereses levantiscos. Acto seguido reclutó contingentes griegos y se dirigió al Helesponto a recoger otra sección de su ejército.

Desde el Helesponto puso rumbo a Macedonia, reino que bajo Amintas I (ca. 540-511 a.C.) se había supeditado al Imperio aqueménida gracias a la diplomacia llevada a cabo por el general persa Megabazo (siglo VI a.C.) durante sus campañas en Europa. Su misión era consolidar la satrapía de Macedonia y extender el dominio hasta el desfiladero de Demir Kapija (también conocido como Demir Kapu o Prosek), en el valle del río Axius (actual Vardar) y cerca de donde se asentaba la tribu tracia de los brigos.

Figura 1: Cromolitografía de 1881 del friso de la ciudadela de Susa

Mardonio, en su camino hacia Macedonia atravesó Tracia, que había sido conquistada también por Megabazo previamente, y conquistó la isla de Tasos. Después de esto ya se dirigió rumbo a Acanto (en la unión entre la Península de Acté y el resto de la Calcídica). Los inconvenientes para Mardonio llegaron cuando, a la altura del monte Atos, en la Península de Acté (el brazo oriental de la Península Calcídica), la flota persa se vio sacudida por un fuerte temporal en el que 300 de sus barcos naufragaron, y con ellos más de 20.000 hombres, según lo que expresa Herodoto. A estas cuantiosas pérdidas se sumaron más desgracias cuando durante las operaciones en Macedonia para extender el poder persa, los tracios de la tribu de los brigos, causaron grandes bajas a los persas, llegando incluso a herir al propio Mardonio.

Aunque los persas tuvieron que hacer frente a las constantes contiendas con los brigos,  se mantuvieron hasta que Mardonio cumplió con su cometido. Para Herodoto esta campaña supuso un desastre, pues consideraba que el objetivo principal era invadir la Grecia continental. Nada más alejado de la realidad, pues Mardonio satisfizo la misión antedicha y cuando se fue, dejó una próspera y bien organizada satrapía que serviría a los persas para futuras campañas contra los griegos.

Al año siguiente Darío I El Grande comenzó con sus preparativos para castigar a Atenas y Eretria por su participación en la sublevación de los jonios. Para empezar ordenó a los tasios el (habitantes de Tasos, isla de la costa Tracia) proporcionar toda su flota a su general en Abdera. El siguiente paso fue enviar mensajeros a todas las polis de la Antigua Grecia continental e insular que no estaban bajo la órbita del poder persa exigiendo “tierra y agua” a modo de sumisión, y así aislar lo máximo posible a Atenas y Eretria. En todo caso, aquellas polis que rechazaran tales exigencias verían cómo al año siguiente sus tierras serían invadidas.

Tesalia, Beocia, Argos, Egina y posiblemente Delfos aceptaron tal sometimiento, mientras que en el resto de polis fue rechazada. En esto los atenienses y espartanos destacaron según lo apuntado por Pausanias y Herodoto, quienes afirman que los primeros arrojaron a los heraldos al Báratro (un pozo junto a la Acrópolis desde el que se despeñaba a los condenados a muerte) instigados por Milcíades, y que los segundos hicieron lo mismo lanzándolos a un pozo.

El hecho de que los eginetas (habitantes de Egina) aceptaran la servidumbre exigida por los persas provocó la alarma en Atenas y esto, unido a su interés por terminar con un enemigo, hizo que se reclamara de los espartanos algún tipo de acción para terminar con la conducta de los eginetas. Esto tuvo como resultado final la entrega de rehenes eginetas a Atenas gracias a Cleómenes. A la muerte de este, la disputa entre Atenas y Egina por los rehenes hizo que ambas poleis entraran en guerra, con resultado favorable para los eginetas.

Mientras estos hechos se sucedían en Grecia, en el Imperio persa Darío I siguió con sus preparativos ordenando la disposición de destacamentos procedentes de todas las partes de su vasto imperio de cara a la campaña, incluidas tropas jonias y eolias. Y de forma simultánea ordenó la construcción de transportes y trirremes a los pueblos costeros, especialmente a los fenicios.

HORA DE REMAR Y BATALLAR

Tras recibir la vuelta de los mensajeros enviados, o una parte de ellos, Darío I se valió de la negativa recibida de las poleis griegas, así como de Hipias, el tirano expulsado de Atenas para establecer la democracia y que se acabó refugiando en la corte aqueménida para conseguir su restitución en la polis ática. Con todo, el objetivo principal era claro para Darío: castigar a atenienses y eretrios por su osadía ayudando a los jonios en su rebelión contra su imperio.

Para la campaña puso al mando a Datis, un noble meda, y a Artáfrenes, sobrino suyo e hijo del homónimo que participó contra los sublevados jonios. Estos de camino a Cilicia, donde embarcarían, fueron recibiendo a los contingentes procedentes de diversas partes del Imperio persa. Una vez en Cilicia en vez de navegar en dirección a Macedonia y atacar desde el Norte a los helenos, pusieron rumbo a Lindos, en Rodas. Allí ofrecieron armas y vestiduras a Atenea Lindia para luego navegar el Egeo hacia las islas todavía no sometidas. Estos hechos debieron circular con rapidez entre los helenos ante la notoriedad de los mismos y el fuerte contingente que constituía la fuerza persa.

Figura 2: Mapa del itinerario de Datis y Artáfrenes contra Eretria y Atenas

A este respecto vamos a hacer un inciso en la narración de los hechos para hablar del tamaño del ejército persa, y es que las cifras no las podemos conocer con seguridad y bailan muchísimo entre los autores y los historiadores que se consulte. Esto se debe a que las fuentes al respecto son parcas y ningún autor contemporáneo da cifras sobre los efectivos aqueménidas, siendo autores posteriores los que dan cifras extravagantes:

Entre las fuentes nos encontramos con Herodoto (ss. VI-V a.C.), Plutarco (ss. I-II d.C.), Pausanias (s. II d.C.) y Justino (s. III d.C.). El primero de ellos sólo refiere los 600 trirremes que habrían compuesto la flota; Plutarco es el primero en dar una cifra al ejército, que estima en los 300.000 soldados, cantidad que se ve reducida en el siguiente autor hasta los 30.000, y que el último de ellos nuevamente asciende hasta la friolera cifra de 600.000 persas.

Por su parte los historiadores modernos se muestran, en general, más conservadores con la cantidad de tropas que debían haber compuesto el ejército persa. Así declaran que las cifras que superaran los 90.000 efectivos son simplemente impensables y exageradas, con la excepción de Boardman y Green. El primero apunta a que el ejército persa debía constar de en torno a 25.000 soldados, incluyendo unos 800 jinetes, pero dicha fuerza se vería incrementada por las tripulaciones de los 300 trirremes hasta los 60.000, pues según el autor los fenicios contaban con trirremes de 200 soldados en vez de 60. A estos se sumarían las tripulaciones de 300 transportes, lo cual haría que el total de efectivos enemigos fueran 90.000. El segundo concibe que el ejército aqueménida no habría sido inferior a los 25.000 efectivos y alcanzaría la totalidad de unos 80.000, contando para su transporte de 400 transportes y, al menos, 200 trirremes de escolta.

El resto de historiadores se mantienen en que las fuerzas no debieron superar los 25.000 efectivos y que en los 600 barcos mencionados por Herodoto se incluirían los transportes, siempre y cuando no fuera esta cifra una cantidad estereotípica. Algunos como Souza se aventuran a añadir que los jinetes que formarían parte del ejército ascenderían 1.000.

Visto la disparidad de cifras, por consenso se considera que el ejército persa no superó los 25.000 efectivos, incluidos unos 1.000 jinetes (jinete arriba jinete abajo y caballo arriba caballo abajo). En lo que respecta a los barcos, se aceptan los 600 de Herodoto, pero pocos precisan las proporciones.

Retomando el relato, después de Rodas, los persas pusieron rumbo a Naxos, cuyos habitantes huyeron a las montañas y dejaron su ciudad desprotegida. Los persas la tomaron y procedieron de inmediato al saqueo e incendio de los templos como venganza por la resistencia ofrecida en el 499 a.C. ante la campaña que mandaron Aristágoras y Megabates. En destino le siguió Delos, donde sucedió lo contrario, pues no hicieron conquista alguna, sino que respetaron tanto a sus habitantes como los templos de Apolo y Artemis, sobre los que ofrecieron sacrificios, esperando que así los griegos sometidos los aceptaran con mayor facilidad.

Figura 3: Decoración de figuras rojas en un quílice ático del siglo V a.C. representando una lucha entre un persa y un griego

Los siguientes días la flota persa se dispersó realizando operaciones por el resto de islas del archipiélago para reclamar destacamentos y rehenes a todas las islas que habían aceptado la supeditación, pero en agosto se concentraron nuevamente para atacar Caristo. Los caristios, en vez de salir y enfrentarse en batalla, se fortificaron tras sus murallas mientras los persas se dedicaban a saquear los campos y se disponían a sitiar la ciudad. En poco tiempo se rindieron y se vieron obligados a proporcionar un contingente a los persas.

Mientras esto sucedía, los eretrios solicitaron apoyo a Atenas, que respondió enviando una fuerza de 4.000 soldados, colonos cercanos a Calcis. Una vez llegaron y supieron del dilema existente en la ciudad entre defenderse o rendirse ante los medas, volvieron a Calcis, desde donde zarparon a Oropo, en el Ática.

Los eretrios decidieron no marchar contra los persas y evitar que desembarcaran en sus playas debido a su inferioridad numérica, sino que prefirieron apostarse en polis.

Los persas desembarcaron en las playas de Taminas, Quéreas y Egilia, y se prepararon para atacar a los eretrios, pues estos decidieron no marchar a las playas y evitar que los persas desembarcaran por su inferioridad numérica, sino que prefirieron hacerse fuertes en la ciudad. A la mayor brevedad posible los que pusieron bajo asedio y durante los seis días siguientes intentaron infructuosos asaltos que causaron muchas bajas a ambos bandos. Al séptimo día Euforbo y Filagro, dos nobles eretrios, les abrieron las puertas para que pudieran entrar. Los persas se dedicaron al saqueo e incendio de los templos en venganza de lo sucedido en Sardes durante la Revuelta Jónica y esclavizaron a la población.

A pesar de las bajas, la estrategia de Darío I estaba dando resultados, pues ya habían caído Eretria y Naxos, pero también porque de todas las islas se habían obtenido refuerzos y víveres para las fuerzas. Es probable que tras haber tomado Eretria, los generales persas debatieran sobre qué hacer: cruzar Beocia y obtener el partido de Tebas, enemigos de Atenas; acampar al Norte y esperar refuerzos desde Macedonia era otra opción; la última era marchar sobre Atenas directamente, o bien conseguir el apoyo de los argivos, que evitarían toda ayuda desde Lacedemonia.

Figura 4: Les Héros de Marathon, l’attaque (1911), obra de G. Rochegrosse

MARATÓN. EL FINAL

La decisión fue la de marchar sobre el Ática, por lo que Hipias dirigió a los persas a la bahía de Maratón, donde desembarcaron. La elección del lugar se debía a unas cualidades que favorecían a los persas y su sistema de combate con caballería. Para empezar, esta bahía era perfecta por su total indefensión y contaba con un marjal  en tierra de unos 3 km de longitud que era conocido como Skhoinia que facilitaban tanto el desembarco, como el alimento de los caballos con pastos. La existencia de la conocida como fuente Macaria y estar cerca de Eretria se reducían y agilizaban las necesidades de aprovisionamiento, y del mismo modo contaba con una gran llanura que hacía posible utilizar la caballería.

Aparte de todo ello, en las cercanías de Kato Souli (población ateniense todavía existente) era posible establecer un campamento en una posición estratégica fácilmente defendible con la protección de la costa , el promontorio de Cinosura (actualmente cabo Maratón) y el monte Drakonera.  Desde ahí se podían dirigir hacia el norte del Ática o el sur de Beocia y distaban sólo 38 km de Atenas.

Ya fuera porque vigías atenienses o algún habitante de la zona dieron la alarma e hicieron llegar la noticia a Atenas del desembarco persa, o bien porque la caballería aqueménida comenzó a hacer razias en las granjas y campos cercanos y se dio entonces la alerta, los atenienses reaccionaron.

Ante este hecho tanto Herodoto como Platón afirman que se mandó al famoso Filípides como mensajero a Esparta para reclamar su ayuda, aunque Platón dice que fueron enviados emisarios a todas las poleis de Grecia y que ninguna les brindó ayuda salvo Esparta. En cualquier caso, los espartanos aceptaron enviar ayuda a los atenienses, pero tenían un problema, y es que estaban en mitad de una festividad (posiblemente la Karneia/Carnea, que se celebrar) que les impedía realizar actividades militares antes del plenilunio; a este respecto, Platón da por argumento de los espartanos su retraso el que estaban en mitad de una guerra con la polis de Mesenia.

Acto seguido se nombró a los estrategos, entre los que destacaban figuras como Milcíades, Calímaco, Temístocles o Arístides. Con un ejército de unos 9.000 hoplitas atenienses marcharon a Maratón, donde se fortificaron en el monte Agrieliki. Al día siguiente llegaron los 1.000 plateos. Pasados varios días los griegos se decidieron a entrar en lid contra los persas de Artáfrenes en la llanura de Maratón. Tras derrotarlo y hacer cuantiosas capturas parte del ejército se encaminó a marchas forzadas para hacer frente a las tropas que por mar y bajo el mando de Datis habían partido rumbo a Falero, el puerto de la desprotegida Atenas. El ejército pudo llegar a tiempo y evitar que los persas tuvieran la oportunidad de tomar Atenas.

Mientras todo esto sucedía, los 2.000 espartanos habían partido hacia Maratón tan rápido como la luna nueva había aparecido en la noche del 12 de agosto y habían cubierto los 225 km en poco más de dos días, llegando el 14 del mes con la esperanza de no haber llegado tarde. Siendo informados de la realización de la batalla y su resultado pidieron ver el campo de batalla, lo observaron y analizaron, felicitaron a los atenienses y se retiraron de nuevo a su polis.

Figura 5: La carga ateniense alcanza la línea persa, pintura de Richard Hook

Consecuencias

Al ver la llegada de los soldados griegos de vuelta en Atenas, Datis esperó frente a Falero la llegada de Artáfrenes y lo que quedaba del ejército persa. Juntos se volvieron a Persia y se dirigieron ante Darío I, al que dieron el resultado de la campaña y la batalla, pudiendo presentar sólo como éxito a los eretrios esclavizados. A estos los mandó asentar en Arderica, una región de Cisia (en Mesopotamia).

Deseoso de vengarse con más fuerza de los atenienses y con mayor ira que antes se decidió sin tardanza a preparar una segunda invasión contra los griegos, para lo que dio órdenes a todas los territorios del imperio para proporcionar todo lo necesario para tal fin. Dichos planes tuvo que paralizarlos ante una importante revuelta en Egipto.

Para los griegos la guerra tuvo un resultado ambiguo: por un lado las islas del Egeo habían caído bajo la órbita persa y Eretria había quedado deshabitada. Por otro lado, la derrota de los persas en Maratón fue la primera vez que los persas eran derrotados ante una potencia mucho menor, pero los verdaderos beneficios y trascendencia fueron los grandes tesoros capturados, las hazañas de los atenienses y plateos en batalla y las dimensiones simbólicas que adquirió para la Hélade dicho encuentro.

Bibliografía

Fuentes

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Imágenes

Figura 1: Cromolitografía de 1881 del friso de la ciudadela de Susa. En: SciencePhoto [acceso 11 de agosto de 2020].

Figura 2: Mapa del itinerario de Datis y Artáfrenes contra Eretria y Atenas. En: Sekunda, 2002, p. 30.

Figura 3: Decoración de figuras rojas en un quílice ático del siglo V a.C. representando una lucha entre un persa y un griego. En: University of Brunswick [acceso 10 de agosto de 2020].

Figura 4: Les Héros de Marathon, l’attaque (1911), obra de G. Rochegrosse. En: Fineartphotographyvideoart [acceso 10 de agosto de 2020].

Figura 5: La carga ateniense alcanza la línea persa, pintura de Richard Hook. En: Sekunda, 2002, pp. 66-67.

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