Carrhae, el Craso error

La batalla de Carras (Carrhae) en el 53 a.C. es posiblemente una de las más famosas de la Historia de Roma por ser una derrota de enormes proporciones que sacudió al mundo romano y que aún a día de hoy sigue atrayendo tanto a bisoños como a veteranos en los campos de la Historia Antigua y de la Historia Militar.

Para ponernos un poco en antecedentes, hemos de saber que el protagonista de esta batalla fue Marco Licinio Craso. Este era un rico patricio que, junto a Pompeyo y César, formaba parte del Primer Triunvirato. Un pacto entre los tres para repartirse el poder de Roma en el 60 a.C. Una vez se renovó el pacto en el 56 a.C., mientras César estaba en la Galia en su conocido como Bellum Gallicum y Pompeyo se quedaba en Roma, Craso en búsqueda de la fama militar de la que gozaban sus compañeros, se quedó con Siria. Desde esta provincia Craso tenía el objetivo de preparar la campaña que le diera esa fama que tanto ansiaba: arrebatar a los partos Mesopotamia.

Animaos: pues ninguno de nosotros deshará este camino

En el año 55 a.C. Craso llegó a Siria, empleando su enorme fortuna en formar el ejército para su Campaña Pártica. De esta forma reunió un ejército de unas siete legiones, además de 4.000 jinetes y 4.000 infantes ligeros, según lo que cuenta Plutarco. Pero sobre la cifra al respecto, desconocemos la cantidad exacta pues Apiano nos dice que eran un total de 100.000 efectivos sin especificar el número de legiones ni de otros cuerpos. Por esta razón se suele tomar por más segura la información aportada por Plutarco, y del mismo modo se manejan unas cifras que oscilarían entre los 34.000 y los 38.000 legionarios además de los 8.000 efectivos de infantería y caballería. Autores como Rodríguez González añaden a esta fuerza una cantidad indeterminada de tropas auxiliares.

Por su parte, Orodoes II, rey de Partia, había preparado una fuerza de al menos 10.000 jinetes arqueros y otros 1.000 catafractos, por lo menos. Esto supondría a todos los efectos una diferencia entre ambas fuerzas bastante grande, teniendo a primera vista la idea de que los romanos saldrían vencedores claramente. Pero además de los errores que Craso iba a encadenar, también había que contar con la superioridad táctica en campo abierto de la caballería parta y de la habilidad de los generales partos Surena y Silaces.

Figura 1: Cabeza de Marco Licinio Craso (izq.) y Moneda de Orodes II (der.)

A ello se sumarían los augurios desfavorables para la campaña de Craso, de los cuales este no hizo caso. Uno de esos lo recoge Julio Obsecuente de la siguiente manera:

Incluso cuando se levantó una tempestad que arrebato la ensena al abanderado hundiéndola en la riada, y en torno suyo se extendió la niebla de unos nubarrones que les impedía atravesar, él se empeñó en su propósito y pereció junto con su hijo y su ejército. (Obs. 64)

De forma contraria, sus hombres vieron con temor estas manifestaciones, a lo que Craso respondió diciendo «Animaos: pues ninguno de nosotros deshará este camino”, según Dion Casio, y ello no hizo más que atemorizar más a sus hombres, al concebirlo como un augurio de lo que les esperaba.

Ciego y sordo por el ansia

El gran error estratégico que tuvo Craso fue la de aceptar como guía a Abgar/Abgaro (Floro habla de Mazara), un príncipe árabe según Plutarco, o bien el rey de Orroena/Osroena según Dion Casio. Este contaba con un pacto con Pompeyo según el cual existía una alianza o un pacto de amistad, pero secretamente estaba en favor de Orodes II. De esta forma, consiguió convencer a Craso para que, en vez de hacerse con el control de las ciudades del Éufrates y tener una vía de suministros asegurada, se internara en el desierto sin tener una ruta franca para los mismos.

Bajo la falsa información de que Orodes II había tenido que dividir sus fuerzas y que no hacía acto de presencia, pudiendo lograr una victoria rápida, hizo que Craso se envalentonara y así este decidió que su ejército atravesara el desierto en pleno verano. Ello provocó que cuando los romanos estaban cerca de la llanura de Carrhae la infantería, obligada a seguir el paso de la caballería, terminara muy cansada, además de haber perdido a la mayor parte de los exploradores a manos de arqueros montados partos.

Ante esta situación, Craso hizo caso a su lugarteniente Casio Longino y alargó el frente lo máximo posible con la infantería en el centro y la caballería cubriendo los flancos. Pero luego decidió cambiar a la formación de un gran cuadro (agmen quadratum), dejando a una parte de la caballería y de la infantería ligera fuera.

Figura 2: Agmen Quadratum romano

Tras haber cruzado el río Baliso y desoyendo las peticiones de sus hombres y algunos de sus oficiales de parar y pasar la noche ahí, Craso hizo continuar a su fuerza hasta que llegaron a la llanura de Carrhae. Allí el general parto Surena al principio hizo ver que su fuerza era pequeña, pero una vez estaban los romanos cerca, este mostró el engaño. Aquello sobrecogió a los romanos, viendo que la fuerza a la que se enfrentaban era mucho mayor.

El león fue más fiero de cómo lo pintaron

Surena, viendo la densidad de la formación romana, decidió lanzar a sus jinetes arqueros para disparar sobre la posición enemiga. En respuesta Craso se quedó al mando del centro de la formación mientras Casio Longino y Publio Licinio Craso (hijo de Craso) se encargaban de los flancos. El viejo Craso ordenó a su infantería ligera atacar a la caballería arquera enemiga, pero resultó en una gran cantidad de bajas en muy poco tiempo.

Entonces su decisión fue la de esperar a que los arqueros enemigos se quedaran sin munición. Pero siendo previsor Surena, nos dice Plutarco que llevó consigo un millar de camellos cargados de flechas para sus jinetes sagitarios. Viendo que los partos no se quedaban sin flechas, Craso hijo se lanzó contra la caballería parta con unos 1.300 jinetes. Una parte de estos habían sido cedidos por César desde la Galia, de donde eran naturales, para acompañar a al joven Craso que hasta entonces había servido a su mando.

De estos, en poco tiempo no quedó rastro al caer en la trampa de perseguir a los jinetes partos, pues los arqueros y los catafractos los derrotaron con relativa facilidad a la caballería romana.

Sabiendo Craso de la difícil situación de su hijo, estaba preparando un destacamento de apoyo cuando ante sus ojos se levantó sobre una pica la cabeza de su difunto hijo. Ello desmoralizó y bloqueó al anciano, y de la misma forma quebrantó los ánimos de los soldados romanos. Los romanos no tenían otra opción que aguantar formando muros de escudos ante los proyectiles párticos, pues si los primeros intentaban hacer ataques contra los jinetes enemigos o rompían la formación buscando huir de las flechas, rápidamente morían a manos de los catafractos enemigos.

Figura 3: Arqueros montados partos en Carrhae

La Huida

Llegada la noche, los partos cesaron su ataque y dieron un respiro a los romanos. Entre estos, desmoralizados y con un líder ausente ante la pérdida de su hijo, el cuestor Casio y el legado Octavio tomaron el mando y organizaron la retirada hasta la ciudad de Carrhae, donde había una guarnición. Para ello, consideraron en llevarse sólo a aquellos heridos que se pudieron transportar. De esta forma abandonaron a su suerte al resto de heridos y marcharon hacia la ciudad, que sólo alcanzaron en la misma noche Octavio y los pocos jinetes que quedaron, marchando luego hacia la Siria romana.

Del resto del maltrecho ejército, una parte se dispersó y la fuerza comandada por Craso y Casio pudo llegar al día siguiente a Carrhae. Esto sólo fue posible gracias a que los partos se dedicaron a saquear el campamento romano, acabar con los heridos (unos 4.000 según Plutarco) que dejaron los romanos en el campo de batalla y acabar con los que se habían dispersado. Entre estos, sólo un pequeño grupo pudo volver a la ciudad de Carrhae tras haberse refugiado en un montículo y ser perdonados por los partos debido a su enconada resistencia.

Como dictaba la lógica, los romanos debían llegar a Siria para alcanzar territorio seguro, de modo que a la noche reemprendieron la huida hasta la provincia romana.

Esta vez Surena no esperó y también continuó la persecución de sus enemigos derrotados, consiguiendo sitiar a estos en varias alturas. Finalmente, y para no perder a su presa, recurrió a una treta: presentando su disposición a la paz con Craso, hizo que sus hombres saltaran sobre las fuerzas romanas que estaban refugiadas en el collado donde se habían hecho fuertes.

Deshonra, una cabeza y miles de muertos y prisioneros

En el curso del ataque el propio Craso murió y su cadáver fue decapitado y profanado con lo que podríamos denominar una ironía verdaderamente acorde a la naturaleza avariciosa por la que era famoso este hombre:

La cabeza de aquel (Craso), cortada y presentada al rey con su diestra, fue objeto de escarnio, no sin razón. Pues por las comisuras de la boca se deslió oro licuado: para que se quemara por el oro el cuerpo, incluso exánime e inerte, de aquel cuyo espíritu ardía por la codicia del oro (Floro 1.46.11)

Además de esto, la deshonra fue total para Roma y para su ejército, pues ninguna de las Aquilae, el estandarte insignia de las legiones, pudo volver a territorio romano. Todos estos fueron capturados por los partos y signifcaron un hito de gran relevancia para ambos pueblos. La magnitud en el mundo romano se mantendría durante los años posteriores hasta el punto de que más tarde tendrían importancia en las políticas externas de Augusto en relación a Partia, siendo un objetivo capital su vuelta a Roma.

Y para colmo, de todo el ejército que marchó junto a Craso en su campaña pártica, una cantidad ínfima pudo volver, frente a los 20.000 muertos y los 10.000 prisioneros. Estos últimos serían los que más adelante posiblemente acabaran fundando la famosa ciudad de Liqian, pero eso es otra historia.

Bibliografía

Fuentes clásicas

Apiano (1985). Historia Romana II. Guerras Civiles (Libros I-II). Antonio Sancho Royo (trad.). Editorial Gredos, Madrid.

Dion Casio (2004). Historia Romana. Libros XXXVI-XLV. José Mª Candau Morón y Mª Luisa Puertas Castaños (trads.). Editorial Gredos, Madrid.

Floro (2000). Epítome de la Historia de Tito Livio. Gregorio Hinojo Andrés e Isabel Moreno Ferrero (trads.). Editorial Gredos, Madrid.

Julio Obsecuente (1995). Libro de los Prodigios. José Antonio Villar Vidal (trad.). Editorial Gredos, Madrid.

Plutarco (2007). Vida de Craso. Jorge Cano Cuenca, Davida Hernández de la Fuente y Amanda Ledesma (trads.). Editorial Gredos, Madrid.

Bibliografía general

Brizzi, G. (2002). Il guerriero, l’oplita, il legionario. Gli eserciti nel mondo classico. Il Mulino, Bolonia.

Brizzi, G. (2004). Le Guerrier de L’Antiquité Classique. De l’hoplite au légionnaire. Yann Le Bohec (trad.). Éditions du Rocher, Mónaco.

Pastoretto, P. La battaglia di Carre (Anno DCCI ab Urbe condita, 53 a.C.). En: arsmilitaris.org, sección Articoli e Pubblicazioni [acceso el 26 de agosto de 2019].

Rawlinson, G. (1873).Geography, History, and Antiquities of Parthia. Spottiswoode and Co., Londres.

Rodríguez González, J. (2005). Diccionario de Batallas de la historia de Roma (753 a.C. – 476 d.C.). Signifer, Madrid.

Rodríguez González, J. (2017). Diccionario de Batallas de la historia de Roma (753 a.C. – 476 d.C.). Almena Ediciones, Madrid.

Sampson, G.C. (2008). The Defeat of Rome. Crassus, Carrhae and the Invasion of the East. Pen & Sword Military, South Yorkshire.

Imágenes

Figura 1 (dcha.): Cabeza de Craso. En: Pinterest [acceso el 30 de agosto de 2019].

Figura 1 (izq.): Moneda de Orodes II. En: Apollo Numismatics [acceso el 30 de agosto de 2019].

Figura 2: Agmen Quadratum. En: Alamy [acceso el 30 de agosto de 219].

Figura 3: Arqueros montados partos en Carrhae. En: Loades, M. (2016). The Composite Bow (edición digital). Osprey Publishing.

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